Empecemos por consolidar esta premisa: el 4 de febrero de 1992 fue más que una ciega acción de un puñado de improvisados militares, tesis central de las voces de la oposición apátrida. Más que una efeméride, aquel acto represento un sacudón ineluctable contra el sistema puntofijista decadente.
Hay
que llevar la operación retrospectiva mucho más allá de nuestras narices. El 4F
de 1992 fue uno de los sucesos más impactantes de la contemporaneidad
venezolana, tal vez por la fuerza con que irrumpe. Lo que pronunciaban las
balas provenía de la ira de las grandes mayorías. Por tanto, la
recordada fecha puede mostrarnos otros costados.
Digámoslo ahora: la historia también se mueve a través de
los impulsos. De allí la importancia de examinar la parábola sintomática que va
de 1989 a 1992. En la indignación del caracazo del 27 de febrero de 1989,
conseguimos el primer fogonazo; grito
inicial de quien revelaba, relampagueantemente, la llamada “democracia
representativa”. Tres años después, había
que responder a aquel empuje original, quizás ahora con una contundencia mucho más
aguerrida: lograban demostrar que el
sistema político fundado en 1958 tenía sus días contados. Lo demás es historia:
ya nada podía contener la potencia cívico-militar
de un movimiento tan avasallante como revolucionario en la frontera del siglo
XXI: la refundación del sueño bolivariano.