1) Lo conocí en el
Teatro de la Academia Militar el año 1973, cuando con Anita visitábamos a
nuestro hijo, para la fecha cadete del primer año, cuyo jefe de pelotón era el
Brigadier del tercer año, Hugo Chávez Frías, quien solía acercarse a nosotros
para conversar y hacer preguntas sobre la situación del país. Cuando Pepe fue
expulsado de la Academia porque, supuestamente, era un golpista en potencia, le
perdí el rastro. Luego volví a saber de él en la madrugada del 4 de febrero de
1992. El cineasta Carlos Azpúrua me llamo por teléfono a casa para decirme que
había una “plomazón” en los alrededores de La Casona y por la tarde vi su
imagen --ya cautivo-- en la televisión dirigiéndose al país en un lacónico e
impactante mensaje de rendición en el que asumía plenamente su responsabilidad
en el levantamiento de la joven oficialidad del Ejército.
2)
Estando preso en la cárcel de Yare, lo entrevisté dos veces rompiendo las
medidas de seguridad. Los programas fueron censurados y el gobierno abrió una
averiguación ante la justicia militar. En esas entrevistas definió su proyecto
como patriótico y revolucionario, inspirado en el ideario de Simón Bolívar, y
anunció su decisión de continuar la lucha una vez que saliera en libertad.
Cuando ésta se produjo un periodista le preguntó, en medio de la multitud que
lo acompañaba en el Paseo los Próceres, a dónde se dirigía y le respondió de
manera tajante: ¡A tomar el poder!
3)
Mi relación con él siempre fue cordial, con rasgos de calidez humana. Me hizo
la distinción de designarme Canciller de la Republica, Ministro de Defensa y
Vicepresidente Ejecutivo. Diferimos y coincidimos muchas veces. Nuestra amistad
se fundamentó en una lealtad que resumía la crítica y la autocrítica. Ese era
Hugo Chávez, mi amigo, de cuya muerte se cumplirán el sábado tres años. Poseía
una pasmosa intuición política. Un coraje ilimitado. Una inmensa voluntad de
trabajo. Y sabía combinar, magistralmente, idealismo y pragmatismo. Estuve muy
cerca de él en situaciones extremadamente difíciles que supo resolver con
audacia temeraria y calculado sentido de la realidad.
4)
Su capacidad para comunicar no tiene precedentes en Venezuela. Su palabra se
alimentaba de lecturas, vivencias populares y capacidad para traducir en
lenguaje llano los temas más complejos. Sabía cómo llegarle al pueblo con la
verdad por delante y la transparencia de sus planteamientos. Su identificación
con el común no tenía parangón. Lo entrevisté para la televisión, a lo largo de
20 años, en 17 oportunidades, en momentos de agudas tensiones, y en esos
diálogos destaca la coherencia de su pensamiento, la continuidad de su accionar
político y la lealtad a los principios. En una de esas entrevistas, en los
jardines del Palacio de Miraflores, con el Cuartel de la Montaña al fondo,
donde estuvo su puesto de mando el 4 de febrero y ahora descansan sus restos
--rodeados del fervor popular--, me dijo: “Todas las mañanas tomo el primer
café del día y reflexiono mirando el Cuartel de la Montaña”. Y agregó: “Siempre
se debe tener una referencia constante, que lo ate a un compromiso superior, en
la que converjan pasado y presente, para saber si realmente uno es consecuente
con lo que promete”.
5) Su imagen crece día tras día. No como culto, sino como sincera
devoción por alguien que se entregó sin descanso a la tarea de redimir a un
pueblo. Pasa el tiempo y él sigue viviendo en el corazón de millones de
compatriotas. No es mito: es una corriente vital que emana de lo profundo de la
nación. Chávez es multitud. Es presencia cotidiana, y no simple recuerdo. Los
carroñeros de la política que se esforzaron por destruirlo en vida, persisten
en su empeño y tratan, inútilmente, de acabar con su memoria. A tres años de su
partida está más presente y activo que nunca. ¡Chávez siempre!
escrito por: JOSE VICENTE RANGEL EN HONOR A NUESTRO COMANDANTE SUPREMO Y ETERNO
DE LA REVOLUCION BOLIVARIANA